domingo, 6 de mayo de 2012

Anecdotario cruzado

Como en una ronda de anécdotas, pero en parejas, elegimos una vivencia para contar y que luego fuera escrita por nuestro oyente. Cada uno, a su manera, relató esa historia permitiéndose incluso alguna que otra apreciación personal.  

Juan
(por Santi Bocco)

Corría el año 2002, cuando decidió ir al gimnasio de su edificio. Tenía seis años. Lo acompañó su hermanastro. En el afán de usar todas las máquinas se le iluminaron los ojos al ver la cinta. Se subió. Su pequeña altura, lógica a esa edad, no le permitía ver el tablero. Su hermanastro, no se sabe bien por qué, decidió aumentar progresivamente la intensidad de la cinta, quizá para divertirse o para tener ese placer que se siente cuando molestás a tu hermano más pequeño. La intensidad fue tal que ni siquiera pudo correr y sufrió un golpe doble: el primero contra la cinta, y el rebote en la misma le produjo uno nuevo contra el suelo, formándole un corte en la zona que se conoce popularmente como “pera”.


Santi
(por Dylan Bokler)

Era un gélido invierno en Buenos Aires y nuestra historia se situó en el hogar de la familia Bocco. El pequeño Santi, de unos seis o siete años, estaba bien abrigado con un pijama de Spiderman, con pantuflas incluidas (estaban adentro del pijama), y había estado con él durante todo el día. Sus papás le decían que se lo sacara, ya que era un pijama viejo que tenía desde los cuatro años y le quedaba como un chupín de lo tan apretado que estaba. Al llegar la noche, Santi se estaba por subir a su cama, una marinera triple desperfecta donde dormían sus dos hermanos y él. Empezó a subir por la escalera, un paso, dos pasos, tres pasos, pum, crash… Sí, se cayó y se hizo bosta. Mientras sus hermanos se reían, él lloraba mucho. Fue su mamá a calmarlo y le dijo que al día siguiente no iba a ir al colegio. Más tarde, a la medianoche, la mamá le llevó un vaso de agua y Santi trató de agarrarlo pero no hubo caso, tenía tan mal el brazo que no pudo agarrarlo y se le mojó toda la cama. Esa noche durmió con su mamá y le seguía doliendo. Al día siguiente fueron al hospital y resultó ser que tenía el radio fracturado.


El Chino
(por Rafa Nir)

Era el 8 de diciembre de 2010, cuando Independiente jugaba la final de la Sudamericana con Goiás. Ese día fue muy especial para nuestro Chino, hincha fanático y enfermo del “diablo rojo”. Al Chino la noche anterior le había sido muy complicado dormir por los nervios, por lo cual se pasó la noche visitando páginas en Internet con toda información del rojo. Esto hizo que a Agustín, el Chino, como producto de su sensibilidad se le cayeran muchas lágrimas. El día del partido, desde que se despertó hasta que fue el horario de ir a la cancha, no recuerda nada de lo que hizo. Sí recuerda que de su casa salió a las 17 para llegar a las 21 al estadio, horario del partido. También recuerda que antes de salir estaba escuchando un disco de Independiente que incluso llevó al auto para seguir oyendo.
Una vez en la cancha, la primera imagen que ve es el estadio rebalsado de gente. Un estadio pintado de rojo, y nuevamente se piantó el lagrimón. El partido se fue a penales. Tuzzio, defensor central del equipo, tenía todo el peso de patear el penal del campeonato. Su tiro fue a un costado y el estadio Libertadores de América al fin, suspiró.

Dylan
(por Juan Fernández)

Esta historia transcurre en Bariloche en unas vacaciones de verano familiares. Como protagonistas: Dylan de bebé en el cuarto de un hotel y sus padres en el mismo edificio, pero en otro cuarto. Dylan, como todo bebé en su cuna, de noche se puso a llorar por un capricho de “quiero a mi mama!!!”. Su madre cansada de tanto tener que cuidarlo manda a su esposo. El papá de Dylan, poco despabilado, sale corriendo como un súper papá a complacer a su hijo, pero creyendo que estaba en su casa de todos los días no se percató de que al doblar en el pasillo había una ventana, se pegó terrible porrazo y se puso a llorar más que Dylan.
Pobre la madre de Dylan: tuvo que cuidar a su hijo caprichoso y a su esposo golpeado.

Rafa
(por el Chino Rozemberg)

Hace cinco años aproximadamente, Rafa se fue de vacaciones a Uruguay junto a su padre, su hermano, un amigo del padre y sus dos hijas. Se traba un poco al comenzar la anécdota, ya que seguramente se le mezclan los recuerdos, pero finalmente encuentra cómo arrancar. Narra primero las cosas que hizo en Uruguay, y cuenta con cara de sufrimiento que la lluvia estuvo presente durante toda su estadía. Luego comienza a describirme esa olvidable noche y los ojos se le abren como si todavía la siguiera sufriendo. Una de las hijas del amigo del padre cumplía quince años y había decidido celebrarlo yendo a comer a un restaurant a unas cuadras del hotel. Los dos mayores tomaron tranquilos durante toda la noche sin darse cuenta de lo que les podía suceder. Ya eran las 12 de la noche y Rafa y su hermano estaban cansados. Por esa razón, decidieron en conjunto regresar al hotel. El único inconveniente era quién iba a conducir. Finalmente, la cumpleañera fue la que tomó el volante con tan sólo quince años. El viaje, según dice Rafa con la misma cara de miedo que tenía en ese momento, resultó tranquilo. Llegaron bien al hotel, y lo único que faltaba era estacionar. En frente del hotel había un lago. Quedaba sólo retroceder para meter el auto en el garage y se acababa la odisea. Pero a la pequeña conductora le faltó tacto para poner reversa y en su defecto aceleró el auto. Cuando Rafa abrió los ojos, tenía sus piernas completamente cubiertas de agua. La mitad del auto alquilado estaba dentro del agua. Salieron rápidamente del interior del vehículo y corrieron hacia el pasto. De ahí llamaron al servicio técnico y les retiraron el auto. Ya se habían hecho las 5 de la mañana cuando lo sacaron y ellos regresaban a Buenos Aires a las 9. Descansaron un par de horas, abonaron el hotel y partieron. Al llegar al aeropuerto se dieron cuenta de que ese no era el indicado y fueron hasta al otro, a 40 kilómetros de allí. Naturalmente, perdieron el vuelo y volvieron doce horas más tarde.


Iván
(por Rocío Sánchez Molina)

La anécdota que estoy por relatar tiene lugar hace algunos años y trata acerca de la primera experiencia de Iván en la militancia y su sentimiento de adrenalina por involucrarse con lo que realmente cree. Personalmente, no considero esta sensación ajena, ya que afortunadamente tuve la posibilidad de vivirla personalmente. También menciona en su relato el hecho de que algunas personas estaban con traje y algunas otras agitaban a la multitud, gritando o tocando el bombo. Lo que más me impactó del relato es la similitud entre nuestras experiencias políticas, ya que prácticamente reaccionamos igual al momento de vivenciarlas personalmente. La algarabía, la emoción, el compromiso son, entre otros, los componentes centrales del relato que acabo de escuchar.

Rocío
(por Iván Volcovich)

Lo que me llegó y/o descubrí de la anécdota que me contó ella, mi compañera, fue la sensación de estar viviendo con emoción el momento en que se metió en los cuartos de la ex ESMA. No era lo mismo charlar con sus papás sobre política a esa edad que estar pisando los suelos donde habían torturado pibes que, teniendo unos años más que ella, luchaban por lo que pensaban, haciendo lo que creían necesario para cumplir sus ideas en ese momento. Entendí (yo lamentablemente nunca pisé la ex ESMA) que ella sentía de manera muy fuerte ese momento de compartir los mismos espacios físicos donde pasó mucha de nuestra historia. No era lo mismo que le hablasen de los militares en su casa o en su colegio, que sentir con tanta emoción ese momento.

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