jueves, 13 de octubre de 2011

No tan distintos

Por Catalina Bargalló
Castagnino

Los chicos de 3er año del Colegio de la Ciudad visitaron Garage Olimpo, uno de los centros clandestinos de detención y tortura durante la última dictadura militar.







El 13 de Mayo los alumnos de 3ro B del Colegio de la Ciudad viajamos en el tiempo. Viajamos a un pasado que, aunque lo parezca, no es tan lejano y forma parte de lo que somos y seremos. El 13 de Mayo 3ro. B conoció Garage Olimpo.
Salimos a las 9 de la mañana con frío y sueño. El día estaba nublado, quizás como una advertencia o sugiriendo de adonde nos estábamos dirigiendo.
Si bien algunos eran indiferentes, la excitación era palpable. No iba a ser como cualquier salida, no nos iban a hablar de la evolución humana ni de las diferentes especies que hay en el reino animal, esta vez no… o tal vez más que nunca.
El viaje fue extrañamente corto, quizás la charla constante aminoró la espera, y nos distendimos mientras algunos urgían en la necesidad de ir al baño.
Al llegar, el cielo había esclarecido y un viento leve y frío inundaba el espacio. Este era grande y estaba dividido en diferentes sectores. Un garage grande en el centro, a la derecha la biblioteca “Carlos Fuentealba” y a la izquierda, mediada por un portón, una casa grande y gris que estremecía hasta al más fuerte.
Entramos en la biblioteca. Era agradable, sin embargo las miradas estaban concentradas en un solo punto: un afiche que ocupaba la mitad de la pared con las fotos de los jóvenes que habían pasado por Garage Olimpo. Éramos parecidos, de hecho muchos nos impactamos al ver la semejanza con una compañera en la foto de una joven. Eran flacos, rellenos, morochos, rubios, sonrientes o pensantes. Seguramente con deseos y miedos, ideales y frustraciones, dudas y algunas repuestas. No tan distintos a nosotros.
Rápidamente, un chico y una chica de unos 25 años de edad, guías del lugar,  nos ofrecieron sentarnos en semicírculo. Nos entregaron algunos folletos, y nos pidieron que nos agrupemos. Al hacerlo, se le dio a cada grupo la carta que Susana Larrubia (militante de la agrupación Montoneros), secuestrada y llevada al Garage Olimpo, le había escrito al padre, un militar jubilado pero defensor del golpe de estado. La idea era leerla y opinar entre todos lo que nos había parecido.
Como era de esperar, la carta fue la disparadora de un extenso debate sobre la dictadura, y sus infinitas aristas: la lucha armada como medio de defensa, o como un pacto con la violencia, la represión contra el pueblo y el derecho a la vida.
Como las ideas cada vez se profundizaban más, y no se llegaba a ninguna conclusión, fue necesario parar el debate para comenzar el recorrido.
Nos dividimos en dos grupos.
“Con mi grupo fuimos primero a la calle, donde nos mostraron los alrededores del predio, y nos contaron como se fue tapizando y cerrando el lugar, que alguna vez había sido público”, cuenta Paloma Farina, integrante del primer grupo.
Mientras este grupo era llevado afuera, el otro, visitaba el lugar donde secuestradores y secuestrados convivieron durante 6 eternos y oscuros meses.
Pasamos por una puerta de metal, para adentrarnos en el patio interno del lugar, desde donde se podía ver todo el recinto.
“Al llegar al lugar donde los torturaban me impactó mucho. El pensar que ahí mismo los habían llevado, torturado, para luego asesinarlos me produjo bastante impresión” dice Pilar Macera.
“Acá a su derecha está la oficina, en donde se hacían llamados extorsivos, y donde se les asignaba a los secuestrados el número con el que debían identificarse”
Nos contó la guía, en un soplo de tristeza e indignación.
Comenzamos a recorrer; pasamos por el “Casino de los oficiales”, donde vivían y pasaban el tiempo los últimos, como si fuera un recreo en la mitad de una jornada laboral. Caminamos derecho por el patio y entramos en lo que era “El Olimpo de los dioses”, como había rezado un cartel sobre la puerta de entrada, durante la dictadura militar.
El lugar era frío, oscuro, como esos garages, valga la redundancia, llenos de cosas viejas que se desesperan por hablar, por contar su historia, su pasado, su “como llegue acá”.
Estaba dividido en diferentes sectores. La “recepción”, la cocina, la enfermería, la sala de situaciones (una oficina en donde se buscaba conexiones de “agrupaciones subversivas”), el comedor y, obviamente, las salas de tortura, que para querer agregarle un tono patéticamente elegante se las denominaba “quirófanos”.
Aunque el sector poblacional (donde los secuestrados pasaban la mayor parte del tiempo) había sido demolido para “borrar” las huellas de lo que fue una de los genocidios más sangrientos en la historia Argentina, aún quedaban las líneas de los cimientos de las paredes bajo el piso, como una ironía hacia lo que nunca se podrá esconder. Este estaba constituido por cuatro hileras de diez celdas cada una, de aproximadamente dos por un metro, pasillos angostos, 2 baños (obviamente en las más precarias condiciones) en cada hilera y dos duchas donde raramente se podían higienizar satisfactoriamente.

Al volver a la biblioteca subimos por unas escaleras al segundo piso. Este había sido preparado con libros prohibidos durante la dictadura militar, álbumes de fotos de las personas que habían sido llevadas al Olimpo y permanecían desaparecidas, y por una enorme máquina falsificadora de documentos que había sido usada durante el proceso, con el fin de escapar de las fuerzas armadas. A su vez las paredes estaban colmadas de cartas que se les hizo a los, aún, desparecidos como forma de reivindicación. Madres, hijos, hermanos, tíos, sobrinos, nietos, novios, amigos, expresaban su amor y su tristeza por medio de ellas, contando la historia que jamás será en primera persona.

Cuando ya el sol estaba en su máximo apogeo, y el frío se había disipado finalmente, subimos todos al micro. De vuelta al colegio, de vuelta a la normalidad, a nuestro futuro que ya no sería el mismo.

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Garage Olimpo fue uno de los, aproximadamente, 500 centros clandestinos que funcionaron durante la dictadura militar del año 1976  en la Argentina. Funcionó desde agosto de 1978 hasta  Enero  de 1979. Está ubicado en el barrio de Floresta, en la calle  Ramón Falcón entre Lezama y Olivera. Pertenecía a la División de Automotores de la Policía Federal.
La mayoría de los detenidos desaparecidos que pasaron por allí  provenían de otros centros clandestinos, principalmente del “Club  atlético” y “El banco”. Generalmente su paradero terminaba en el Río de la Plata.
Fueron juzgados 17 represores que actuaron en los Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio “Atletico, Banco y Olimpo”. Estos fueron: Samuel Miara, sentenciado a doce años de prisión por apropiación de menores. Oscar Augusto Isidro Rolón, torturador, sentenciado a perpetua. Julio Héctor Simón, torturador, sentenciado a perpetua. Raúl González, torturador, sentenciado a perpetua. Juan Carlos Avena, participación en la dirección del Olimpo, sentenciado a perpetua. Eufemio Jorge Uballes, torturador, sentenciado a perpetua. Eduardo Emilio Kalinec, torturador, sentenciado a perpetua. Roberto Antonio Rosa, miembro del grupo de tareas, sentenciado a perpetua. Juan Carlos Falcón, violador y partícipe de los traslados, fue absuelto, a causa de pocas pruebas. Luis Juan Donocik, guardia, sentenciado a perpetua. Guillermo Víctor Cardozo, adoctrinaba militares para que no hablaran con nadie de los crímenes, fue condenado a perpetua. Eugenio Pereyra Apestegui, torturador, sentenciado a perpetua. Raúl Antonio Guglielminetti, se encargaba de los secuestros extorsivos, sentenciado a 25 años. Ricardo Taddei, torturador y cura que absolvía crímenes, fue condenado a 25 años. Enrique José del Pino, jefe del grupo de tareas, sentenciado a  perpetua. Carlos Alberto Roque Tepedino, director general de Seguridad Interior, condenado a 25 años. Mario Alberto Gómez Arenas, jefe del Destacamento de Inteligencia, sentenciado a 25 años.

Muchos de los imputados seguían sosteniendo sus cargos dentro de Argentina hasta que se los comenzó a juzgar, hace un no más de diez años.

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