miércoles, 15 de agosto de 2012

Crónicas para leer frente al micrófono



Continuamos con la crónica, esta vez para el formato radial. Pensamos un hecho reciente y relevante para redactar con el orden cronológico característico del género y ser leído con la cadencia propia del lenguaje radiofónico.

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Argentina-Brasil (por Bruno Di Saia)
El reloj marca las 16:00. No estoy seguro qué va a pasar. Yo, sentado en la silla, mientras escucho el himno argentino que suena en un estadio de Londres. Argentina-Brasil, básquet, uno de los partidos más importantes de la historia de esta selección. Manu, el Lancha, Luifa, Chapu, Pablito queriendo hacer historia. Mientras trato de ponerme en positivo, el referí del partido ya lanzó la pelota hacia arriba. Posición para Brasil y ya empezaba a sufrir. A pesar de ser la primera pelota, para mí era una mala señal. Estaba solo en mi casa disfrutando, por ahí, el último partido de la “Generación Dorada” de básquet; pero no esperaba que fuera el último. Siete minutos pasaron de este primer cuarto, llegaban mis hermanas pero a mí nada me importaba nada. Pudiera haber entrado un ladrón y si no se llevaba la tele yo no me detenía a ver qué pasaba. El primer cuarto era para Brasil. Unos puntos separaban a Argentina de su máximo rival en cualquier deporte; siempre es una rivalidad. Los comentarios no eran prometedores, algo como “la de Brasil es la mejor defensa de todas” o “a Marcelinho Huertas no lo para nadie”. El segundo cuarto era argentino. Delfino y sus triples, Manu y sus asistencias, Scola y sus dobles que entraban limpios, casi sin tocar la red. Cinco puntos por arriba y en el entretiempo seguía cayendo gente al baile. Todos viendo el partido. Tercer cuarto y diferencia de diez. Pero en el cuarto, Brasil se acercaría en el final. Se ponía a cuatro puntos, ahora sí estaba preocupado, y con gotas de sudor festejaba cada mínimo punto como un gol de River. Scola no metía los libres y Brasil a cinco. “Va de tres yyy, nada”. Se fue la pelota y chau Brasil. Argentina y una semifinal que se viene con los Estados Unidos, el mejor equipo del mundo.

Dentista (por Abril García)
La espera en el dentista tiende a ser siempre igual. Y el lunes pasado, como era de esperar, no varió. Los sillones sostienen a los miedosos, cansados y aburridos pacientes. De fondo, se escucha el agudo y terrorífico ruido del torno; la luz blanca de la sala de espera impide el sueño; y las secretarias con sus tacos parecen pisar huevos al caminar. Y esto es así por media hora, hasta que se escucha la voz de la malhumorada dentista diciendo tu nombre. La espera termina, la boca se abre, el dolor empieza.

Partido (por Agustín Rozemberg)
Qué poco faltaba para el partido. Tras un mes de abstinencia, mi rojo querido volvía a las canchas. Ansioso y expectante aguardaba el pitido inicial. El reforzado Independiente se medía con Newell´s en Rosario y la cita era muy prometedora. Las entradas estaban agotadas y una caravana de hinchas visitantes transitaba la ruta Buenos Aires-Rosario. Lamentablemente, yo tuve que envidiar el espectáculo por TV. Mi casa, mi tele, mi familia, mi casaca y muchas cosas más parecían prepararse para el partido. Para ese partido, y para mi partido. Cuando Independiente juega, yo ya no soy yo. Y los que me conocen lo saben. Mi estado de ánimo cambia a medida que mi equipo cambia. Sufro de una especie de salvajismo cuando veo a esas once camisetas rojas correr y correr por el campo de juego, y no puedo no expresarlo. Cuando las banderas ya estaban colgadas en el agujero de la chimenea roja, mi chimenea roja, y mi familia ocupaba los sillones habituales de cada partido de visitante, todas esas ganas de ver y poder alentar al rojo salieron a la luz. Nuevamente, como desde hace ya quince años, esa sensación única de cuando sale Independiente a la cancha volvió a hacerse sentir en todo el barrio de Florida.

Fútbol desde el arco (por Bruno Annuiti)
La tarde se hacía presente en Palermo Fútbol, ahí cerca de Juan B. Justo y Santa Fe. Los jugadores ya estaban en el campo de juego. El tiempo no favorecía, la lluvia se hacía presente. Recorriendo todo el campo llegué al arco que debía proteger con mi vida. El partido comenzaba. El encuentro generaba muchos roces. En la primera llegada de gol nuestro equipo marca con una gran definición.  Consecutivamente, y con las habilidades de grandes delanteros, el primer tiempo terminaba con un resultado parcial de 3 a 1 a nuestro favor. El partido parecía liquidado. La cancha se volvía aún más espesa. En tres llegadas fugaces, en el comienzo de la segunda mitad, el partido quedaba igualado a tres. Los contrincantes presionaban a más no poder. Llegaron cuatro veces más al arco, en dos de ellas supe responder con eficacia pero en dos rebotes se pusieron dos goles arriba. Quedaban diez minutos para el final del partido. Con la bandera en alza los pelotazos para levantar el resultado no tardaron en llegar, y en dos contras claves y de ágil salida el partido quedaba igualado en 5. En la última jugada del encuentro, con un ambiente casi de película, quedaba un último tiro libre a nuestro favor. Con un centro pasado el balón llego al segundo palo.  El más pequeño de todos marcó el gol de la victoria con un cabezazo al ángulo. Llegábamos a la punta  gracias al gran esfuerzo del grupo y sin dejar de soñar por la obtención del campeonato.

Final (por Mica Vainikoff)
Ocho y media de la noche, estaba lista para ver la final de la Copa Argentina entre Boca y Racing. Me puse la remera, acomodé la silla por cábala, prendí la tele y empezó el partido. Estaba medio preocupada por cómo había jugado boca contra Quilmes el domingo pasado, en el que perdió 0 a 3. Igual, como siempre, me llené de esperanza y empecé a alentar al equipo desde el otro lado de la pantalla.
Boca empezó jugando mal. Pero de a poco empezó a mejorar y a los 27 minutos llegó el primer gol, un golazo del “Tanque” Silva. Lo grité con todas mis fuerzas abrazada a mi perro que estaba al lado mío haciendo el aguante.
En el entretiempo aproveché para meterme en facebook para ayudar  en un trabajo práctico que tenía que hacer con unas compañeras. Aunque tuve la intención, el tiempo no me ayudó. ¬No pude escribir ni dos palabras cuando tuve que bajar otra vez a ver la segunda mitad del partido.
Para mi suerte y la de muchos hinchas de Boca llegó el segundo gol; Viatri nos dio la alegría. Nuevamente un festejo, pero no duró mucho porque Racing logró descontar. Los últimos veinte minutos del partido fueron todas situaciones para Boca, que no llegaba a concretar. Aunque los dos se esforzaron para convertir, no se le dio a ninguno. El resultado entonces fue 2 a 1. Boca ganó la primera Copa Argentina y yo me fui a dormir feliz y contenta.

Ausente sin aviso (por Candelaria Deferrari)
Aquel martes siete de agosto me ausenté del colegio. El cielo estaba gris y, según el pronóstico del día anterior, se avecinaba una tormenta eléctrica. Ni una semana había transcurrido desde el retorno del receso escolar. Aún así, decidí que me encontraba muy cansada y que ya era hora de un día libre. Para mi papá la excusa fue que me dolía la cabeza, ya que me había dormido encerrada con la estufa al máximo. Esto era en parte cierto, pero había un factor clave a la hora de decidir si sacrificar una falta: ese día tenía educación física. No tenía ganas de ir. Vicente López está a casi una hora de mi casa, al menos en bondi. En fin, en este día sin obligaciones, dediqué mi tiempo a tan sólo dormir, cocinar, comer y ver unas películas.

Olvido (por Javi Forster)
Entrando al chino en un día soleado tenía que comprar una serie de cosas que me habían encargado. Al entrar noté que me había olvidado la lista de compras y tuve que improvisar según lo que recordaba que me habían encargado. Lamentablemente, apenas recordaba la mitad de las cosas que me habían encargado y pensé que sería mejor volver a mi casa para (…)

Encuentro surreal (por Juan Fernández)
Ayer estaba caminando con mis amigos por la calle Moldes en busca de nuestro amigo “Lorenzo Mazzocco”, que nos viene a visitar cerca de la escuela frecuentemente. Llegando a Echeverría lo vimos cruzando la calle hacia nosotros. En ese mismo momento, entre él y un miembro de la pandilla, al que me dirijo con el nombre de “Oihan”, hubo un contacto visual en el que se podía ver el amor entre ellos y lo tanto que se extrañaban. Los dos corrieron a abrazarse con tal brutalidad que terminaron en el piso, uno arriba del otro. Entonces, algunos comenzaron a patearles las costillas con supuesto amor. Otros miramos con mucha atención. Y más tarde, mientras seguíamos todos descontrolados,  Martin Shindell, otro miembro de la pandilla, saltó desde un escalón sobre un globo para explotarlo. Y ese sonido provocó un corte en la  situación que se había producido.

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