viernes, 21 de junio de 2013

Viaje Tren Adentro

El taller de Periodismo participó en la intervención artística Viaje tren adentro, organizada por la Biblioteca estación Coghlan, la Compañía Itinerante de Educación por el Arte (CIEPA) y el Colegio de la Ciudad. El sábado 11 de mayo la estación Coghlan del ferrocarril Mitre se vistió de colores que, sumados al sol otoñal, dieron pie para un viaje en tren a puro arte que fue hasta Retiro y volvió a la estación de origen para bajar el telón. Nuestros/as cronistas se inmiscuyeron en los vagones para observar lo sucedido y tomar testimonios de los pasajeros y pasajeras del tren. Este dossier es el resultado.
 


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Una crónica en ida y vuelta
Por Rocío Sánchez Molina y Jacinta Fischerman

Eran las tres de la tarde de un sábado 11 de mayo. Pero no era un sábado cualquiera. A la hora prevista nos juntamos en la estación Coghlan. Con grabador, libretas y lápices en mano, emprendimos lo que sería una tarde de entrevistas y coberturas. La primera entrevista que realizamos fue a un grupo que propondría tocar unos boleros “a pedido” para los pasajeros del tren. Mientras el tiempo transcurría y esperábamos que el reloj marcara las 16:30, horario de llegada de tren, tuvimos la oportunidad de entrevistar también a Cristina Moncayo, miembro de la asociación civil “Amigos de la estación Coghlan”, una ONG sin fines de lucro. La organización plantea como iniciativa la apropiación del espacio público por parte de los ciudadanos. Es así como, en 2011 y en articulación con la CIEPA (Compañía itinerante de Educación por el Arte) y el Colegio de la Ciudad, surge la propuesta de una intervención artística en el tren.
Nuestra labor periodística continuó con el correr de los minutos. Pudimos hablar con un integrante del Circo Bártulo, Johan, quien nos comentó que participa en diversos talleres junto con un grupo de boy scouts de la zona para quienes se organizan talleres de reciclaje, candombe y malabares, entre otras cosas. El Circo Bártulo está conformado por dos colombianos, un chico de Villa Gesell y uno de Mar del Plata. Su grupo circense viaja por todo el país realizando presentaciones y brindando talleres.
La radio abierta que resonaba en la estación Coghlan fue, por otra parte, de gran importancia para quienes paseaban desprevenidos o curiosos por allí y querían saber de qué se trataba la intervención en el tren y qué actividades iban a tener lugar en el recorrido hasta Retiro. Ezequiel, una de las voces presentes en dicha radio, nos comentó que ésta era una radio básicamente “under”, que trataba de “fomentar programas del barrio”. La radio, según el entrevistado, busca “tener más difusión” y circulación y “busca tener programas al aire todas las semanas”. Otro dato de suma importancia es que la misma emite sus programas desde la estación Urquiza-Chacarita, en el segundo piso.
Mientras tanto, los otros participantes de la radio anunciaban la llegada del tren y convocaban a todos a subirse. Cuando entramos al tren, con guirnaldas para decorar en una mano y libretas de periodistas en otra, los pasajeros no entendían lo que pasaba. Una vez dentro, seguimos entrevistando tanto a los realizadores de la actividad como a pasajeros sorprendidos por la misma. Las chicas del Elenco de teatro del Colegio de la Ciudad -que proponían la puesta de una escena de Lisístrata- nos contaron que los espectadores en su vagón se distrajeron bastante por el incidente causado por la queja de una señora. Pero luego de alejarnos de las actrices para acercarnos a una pasajera, lo único que recibimos fueron halagos. La señora nos dijo: “La actividad me pareció muy atractiva y movilizadora. Se notó cómo los adolescentes se comprometen con el arte, oponiéndose a la típica frase ‘los chicos de ahora’ que los medios de comunicación transmiten constantemente”.
Al pasar al siguiente vagón, nos cruzamos con las actividades del taller “Inventalingüas”, con los Haikus, los Oráculos y las Cartas perdidas. Otra de las actividades consistía en responder a la pregunta: ¿Cómo sería la realidad objetiva si lo que ves y conoces se rompe? A lo que los pasajeros respondieron tanto filosófica como socialmente.
Así, entre canciones, música, obras de teatro y poemas llegamos a la estación Retiro, justo cuando el sol se ponía en el horizonte, alrededor de las 17:30. Le preguntamos a la directora de la biblioteca cuáles eran sus sensaciones. Ella, muy emocionada, nos contó: “Esto da vida. Como soy loca y revoltosa, estoy feliz acá. Mi hijo siempre me dice ‘mamá, te vas a volver loca’, a lo que yo le contesto ‘dejame vivir, ¿querés que me quede cocinando, encerrada todo el día?’”. Oye chico, el ensamble de percusión del Colegio, se transportaba con sus instrumentos, casi como si fueran parte de su cuerpo, por los diferentes lugares de la estación Retiro. Los chicos del taller de Fotografía, con sus gigantes cámaras negras hechas con papel, los fotografiaban. Después, nos ofrecieron realizar su actividad: sacar fotos con esas extrañas cámaras a un lugar que nos gustara. Al volver al tren, las actividades persistieron, esta vez con otros pasajeros que también parecían bien predispuestos ante las propuestas artísticas del tren.
La vuelta del tren fue mucho más rápida, pero no así menos dinámica y entretenida. Cuando llegamos a Coghlan la noche era inminente y, si bien la mayor parte de los integrantes de la intervención se dispersaron apenas el tren arribó a la estación, todavía podían divisarse grupos de personas que se quedaron hasta el final del evento. Así concluyó un día en el que el arte copó los vagones del tren y en el que un grupo de adolescentes del Colegio de la Ciudad, mezclados con participantes de Ciepa y la asociación civil de “Amigos de Coghlan”, hicieron de puente entre el tren y el arte.

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Ni el mismo tren, ni la misma plaza
Por Matías Nelson

De un tren a otro, el corto viaje en tren, en un presente permanente que se extiende desde esa espera de 7 minutos hasta un cruce del puente, lento, infinitamente lento. Voces, voces aparecen e irrumpen, violentas, el viejo sol que inflama imponente la tarde, atrofiando el frío, y reivindica una vez más al desconcierto de llegar a una fiesta tarde.
Una masa de gente amontonada y las caras conocidas que se reencuentran un sábado a la tarde, soleado, una radio abierta que organiza a la muchedumbre y entretiene con risas a un grupo de chicos que conforman a los Scouts de Argentina y diferentes jóvenes hijos de gente del barrio y hermanos de compañeros que se liberan a las risas y se entregan al entretenimiento y algunas bromas fáciles de un clown de la radio. Un avance lento en busca de conocidos y los diferentes conocidos de diferentes lugares, grupos variantes con diferentes intereses, gente que buscaba pasar la tarde y gente que quería ver a sus familiares, personas a las cuales su atención se llamaba y personas cuya presencia era llamada.
Como una ráfaga comenzó la música de los tambores de “Oye Chico”, las percusiones despertaron la atención que se apaciguaba lentamente con un público expectante, los malabaristas que comienzan poco a poco a pasarse entre sí sus diferentes utensilios mientras uno, valiente, decide pasar entre medio a medida que los chicos continuaban tocando los tambores. Tambores que eran telón de fondo, haciendo de un espectáculo únicamente visual algo además auditivo, apoyado también desde la radio, que hacía observaciones constantes.
Finalizó el acto. Finalizó la música y ahora un sentimiento de expectante angustia se hizo propia –creo yo- de todos nosotros a medida que subíamos a la plataforma a la espera del tren. 3 minutos decía la pantalla luminosa y mi mayor recuerdo era la figura de Martín, lleno de cosas, desbordante de objetos. Recuerdo haberle ofrecido una mano y tener que esperar al vagón 3, y el tiempo pasaba y pasaba y no estaba seguro cual era, y preguntar, después, llegó, imponente, y a partir de ahí tan solo quedó a recuerdo de cada uno, la explosión artística individual de cada vagón, la intervención pertinente a cada uno.
A favor de permitirle a otras letras y a otras voces expresarse a sí mismas, desarrollarse en la escritura misma, prefiero dejar de lado cualquier ocurrencia desde la partida del tren hasta la vuelta. Quizás sea necesario nombrar que debimos parar en Colegiales por un problema pertinente a una queja de una señora y un error en cuanto a los permisos, por supuesto siendo esto un malentendido.
Este paro se notó sobre todo en el primer vagón en el cual los tambores sonaban, en los vagones posteriores el ritmo se mantuvo por completo e incluso en el vagón parado, y después de que no se les permitiera tocar los tambores, el arte encontró nuevas formas de proliferar.
Llegamos a Retiro y fue el principio de un nuevo viaje, el viaje de regreso. Recuerdo aprovechar para realizar unas entrevistas y para observar lo que me había perdido en la ida, y espero que así todos hayan podido hacer lo mismo.
Para el ansiado final me moví hacia el primer vagón, el viaje terminaba nuevamente, pero como las espirales del pensamiento de los pueblos precolombinos sobre el tiempo, estábamos nuevamente en el mismo punto y este no era el mismo, habíamos finalizado la vuelta, pero no estábamos dos veces parados en el mismo lugar. Habíamos finalizado la vuelta pero esta solo era parte de un ciclo aún mayor.
Salir nuevamente afuera fue solo el primero de los desafíos. Las percusiones súbitamente callaron mientras debíamos bajar, hubo un minuto de silencio entre que se daba el paso hacia el exterior del tren, pero tan rápido como se armó el silencio se formó una nueva barrera de sonido, proveniente desde la plaza; eran las bandas que empezaban a sonar, como marchas sobre nosotros que llegábamos.
La plaza era la misma pero el tiempo era distinto, había gente que no se había subido al tren, casi la misma cantidad, pero no era la misma gente.
Me atrasé y me senté en un banco, ya me había sentado con anterioridad, pero yo no era el mismo.  Abrí mi billetera y me fijé cuanta plata tenía, y me levanté decidido a comprar un helado en el camino a casa.



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Y Oye Chico siguió tocando…
Por Bruno Di Saia

Oye Chico llegaba a la estación Carranza con una de sus rítmicas interpretaciones. La gente observaba atenta a los músicos que, en su afán por transmitir el arte, no se dieron cuenta de que el que se había acercado e irónicamente les decía “bueno, ya  se divirtieron”, deteniendo el sonido de las congas, los djembes y los accesorios, era el guarda del tren. El coche había frenado en la estación, pero esta parada no era como cualquier otra. El guarda decía que el grupo no estaba autorizado para dicha intervención. Todo había sido desatado por la queja de una mujer que viajaba junto con su hijo. Inmediatamente, la organizadora del evento, Cristina Moncayo, mostró la autorización que a todos los intervinientes les permitía expresar lo que sabían en aquel tren. A pesar de esto, la policía ya estaba en el lugar, como si hubiese ocurrido un delito.
La situación se puso más y más tensa. Un pasajero que iba en el vagón en que Oye Chico tocaba, con gran indignación, acusaba a la policía: “Cuando suben barras bravas no les dicen nada, pero cuando se suben diez chicos a tocar los paran”. Al pasar los minutos, los ánimos se fueron calmando. Pero Oye Chico no pudo tocar sus instrumentos por el resto del viaje.
Los integrantes del grupo de percusión del Colegio de la Ciudad usaron entonces sus voces y sus palmas para hacer la interpretación del Himno Nacional, que tantas veces entonaron con todo su arsenal de instrumentos. El mismo pasajero que los había defendido se emocionaba al escucharlos. Oye Chico llegó a Retiro con la autoestima y las ganas de tocar más altas que nunca. Al llegar, no aguantaron la espera del tren de vuelta: tocaron hasta que este arribó.
La vuelta no fue ni un poco parecida a la ida. La mayor ironía fue que el guarda del tren que volvía a Coghlan aportó con una guitarra que le acercaron y su voz para una inolvidable chacarera. Todo lo ocurrido en la ida había quedado en el pasado.

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Esos nervios lindos
Por Layla Ohanian

La gente comenzó a llegar a la plaza de Coghlan a eso de las tres de la tarde. Se escuchaba de fondo el tren que llegaba a la estación para después irse demasiado rápido. El sol cálido que iluminaba la plaza  se combinaba con los vientos fríos de la tarde, ofreciendo un  típico clima de mediados de otoño.
Había vecinos, organizadores, bailarines, músicos, locutores, periodistas y curiosos. Todos provenientes de lugares diferentes, haciendo cosas diferentes. Reinaba una energía de preparación en el aire.
Los chicos del taller literario del Colegio de la Ciudad cortaban papelitos para decorar el tren por adentro, los bailarines practicaban sus rutinas, las cantantes sus líneas y la radio abierta ponía al tanto a los que iban llegando.
Llegaron los Scouts de Argentina, los malabaristas y cada vez éramos más. De pronto, sin aviso –como de costumbre– llegaron los nervios. Esos nervios de ansiedad, de que quiero llegar y quiero que llegue el tren, esos nervios lindos.
En los momentos previos al arribo del tren, los músicos sacamos los instrumentos y los malabaristas sus clavas y sus pelotas. No podíamos esperar.
Se armó una ronda con chicos y grandes, bajitos y altos, periodistas y profesores, recitadores y escritores: todos escuchando. Oye Chico, el ensamble de percusión del Colegio, comenzó a improvisar. Con director en frente, la música  empezó a sacudir a los que estaban sentados. Todos parados, casi listos para subir al tren, con instrumentos en mano y lapiceras para relatar en otra, instalados en el andén, esperando nuestro pequeño detalle: el tren.
Una vez arriba, cada taller, ya sea de la CIEPA, el Colegio, la Biblioteca u otro, se ubicó en un vagón diferente. Parecía un mundo distinto. Se podía estar en un vagón y tener que pasar por el medio de “Lisístrata”, la obra del elenco de teatro del Colegio de la Ciudad, para luego pasar a una actividad de creación de haikus,  poemas japoneses que empapelaban todo el vagón dos. Y así, de uno en otro. Cada vagón, algo así: un mundo distinto. Y nosotros, entre estos nervios lindos, haciendo arte para todos.

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¿Qué es lo que incomoda?
Por Cata Bargalló

  
Los pibes estaban muy entusiasmados. Con sus bombos, tambores, maracas y, sobre todo, sonrisas de oreja a oreja que denotaban las ganas que tenían de participar. Coghlan, soleado y lleno de gente, fue el lugar de la partida del tren.
Esta intervención sería muy diferente a las que, probablemente, muchos de los chicos habían experimentado. No tenía fines lucrativos o alguna promoción de un evento-viaje-objeto, simplemente la idea de pasar un buen rato entre los participantes de la misma y los pasajeros que, por razones del destino, o quién sabe que, habían decidido viajar en ese tren, ese día.
Todo iba bárbaro: las risas, la música, los colores. La gente pispeaba a través de algún diario, miraba todo de reojo o se detenía para observar toda la escena.
Luego de algunas coplas de la chacarera, Oye Chico (ensamble de percusión del colegio) comenzó a sonar en el vagón 4. Llegamos a la estación Colegiales, el tren se detuvo y allí fue cuando el incidente ocurrió.
Al haber escuchado la música, una mujer se quejó ante el encargado del tren. La música la estaba molestando y quería que parara.
Es por esto que, ya detenido el tren, el encargado salió a pedir explicaciones. “Tanto el colegio como los representantes de la biblioteca de Coghlan y de CIEPA (Compañía Itinerante de Educación por el Arte) tenían todos los papeles en mano y al día”, afirmó Martin Broide, vicedirector de Talleres del Colegio de la Ciudad. Pero esto no bastó, y tanto fue así que el encargado llamó al policía de la estación para que se encargara del “inconveniente”.
Esta confrontación tan abrupta con la realidad me dio, entonces, para pensar. ¿Por qué se naturalizan los robos, las discriminaciones y los malos tratos en los medios de transporte, y se escandalizan cuando un grupo de jóvenes lleva un poco de música? ¿Es necesario usar las fuerzas de seguridad en situaciones como estas? ¿Por qué en estas sí, y no en otras?
Creo que la respuesta se encuentra en el hecho de que el arte siempre desestructura. Y más cuando se trata de un arte por el hecho en sí de hacerlo. Cuando un grupo de música toca en un vagón, en un andén, o en cualquier lugar público para luego pasar la gorra es rápidamente aceptado por los pasajeros del tren. Hay una cotidianeidad en este hecho: los músicos necesitan plata, tocan, les dejan algunas monedas, se van. Es comprensible, asimilable, y por ende, no molesta.
De igual manera sucede con los robos. La naturalización de los mismos es un hecho cotidiano y no necesita muchas explicaciones. Sin ir más lejos, cuando en los subtes de la CABA hay denuncias de robos, gran cantidad de veces la única medida que se toma es la de avisarle a los pasajeros por medio de un cartel electrónico que tengan cuidado con sus pertenencias.
Retomando, como dijo la artista plástica (y profesora de artes visuales en el Colegio de la Ciudad) Rox Carini, “es necesario que el arte genere en el otro sensaciones diversas”, es decir, que pueda lograr cambios, dinamismos y poner al otro en una situación crítica frente a la obra. Creo poder decir que lo sucedido en el vagón 4 (el vagón musical del tren Mitre intervenido esa tarde) fue un claro ejemplo de la disconformidad que crea el arte cuando no está enmarcado en algún espacio que no sea “normal”. Fuera de un Museo, de un recital u otro.
Concluyendo, el viaje retomó su destino hacia Retiro y Oye Chico dejó de tocar con instrumentos, pero utilizó sus voces y palmas para hacer sonar el himno argentino. En el viaje de vuelta el encargado del tren no solo dejó a los pibes tocar, sino que también, con viola en mano y voz potente, entonó una chacarera que sorprendió a todo el vagón. Entonces, se podría decir que, al final, la cuestión es que gente hay de todos los colores.

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